George Orwell y la democracia en el ejercito republicano

26 septiembre 09

Por esta época, y hasta mucho más tarde, las milicas catalanas seguían teniendo la misma organiación que al comienzo de la guerra. En los primeros días del levantamiento franquista, los diversos sindicatos y partiods políticos habían organizado apresuradamente sus milicas; cada una de ellas era esencialmente un grupo político que debía tanta obediencia a su partido como al gobierno central. Cuando el Ejército Popular, que era un ejército «no político», organizado más o menos según los criterios normales, empezó a existir a comienos de 1937, teóricamente las milicas de partido se incorporaron a él. Pero durante mucho tiempo los únicos cambios que se produjeron fueron sobre el papel[…] El punto esencial del sistema era la igualdad social entre los oficiales y los soldados. Absolutamente todos, desde el general hasta el soldado raso, tenían la misma paga, comían el mismo rancho, llevaban las mismas ropas y se trataban en términos de completa igualdad. Si uno quería dar unas palmadas en la espalda al general que mandaba la división y pedirle un cigarrillo, podía hacerlo, y nadie se extrañaba. En teoría al menos, cada milicia era un democracia y no una jerarquía. Se daba por supuesto que las órdenes tenían que obedecerse, pero también se daba por supuesto que cuando alguien daba una orden la daba de camarada a camarada y no de superior a inferior. Había oficiales y suboficiales, pero no grados militares en el sentido corriente de la expresión; no había distintivos, ni galones, ni taconazos, ni saludos reglamentarios. se había intentado crear dentro de las milicias una especie de modelo provisional y vivo de la sociedad sin clases. Desde luego, la igualdad no era total, pero sí lo más parecido a ella de todo lo que yo había visto jamás, e incluso de lo que me hubiese parecido concebible en tiempos de guerra.

Reconozco que, a primer avista, el estado de cosas en el frente me dejó horrorizado. ¿Cómo demonios iba a ganarse una guerra con un ejército así? Ésta era la pregunta que todo el mundo se hacía en esta época, y, aunque estaba justificada, no era razonable. Porque en aquellas circunstancais era imposible que las milicas fueran mucho mejores de lo que eran. Un ejército moderno y mecaniado no brota de la nada, y si el gobierno hubiese esperado a disponer de un ejército bien adiestrado, Franco no hubiera encontrado ninguna resistencia. Más tarde se puso de moda criticar a las milicias y afirmar que los fallos debidos a lafalta de armas y de adiestramiento eran la consecunecia del sistema igualitario. En realidad, una leva recién reclutada de milicianos eran una pandilla indisciplinada no porque los oficiales llamasen «camaradas» a los soldados rasos, sino porque las tropas recién enroladas siempre son una masa sin discipllina. En la práctica, ese tipo democrático y «revolucionario» de disciplina es más viable de lo que la gente suele creer. en un ejército de obreros, teóricamente la disciplina es voluntaria. Se basa en la lealtad de clase, mientras que la disciplina de un ejército de reclutas burgués se basa en último término en el miedo (el Ejército Popular que sustituyó a las milicias era un término medio entre ambos sistemas). En las milicias, los atropellos y los abusos que son habituales en un ejército normal no hubieran sido tolerados ni un solo momento. Los castigos militaes de costumbre existían, pero sólo se recurría a ellos en caso de delitos muy graves. Cuando un soldado se negaba a obedecer una orden, no se le castigaba en el acto; primero se trataba de convencerle invocando la camaradería. Los cínicos que no tienen la menor experiencia de mando, se apresurarán a decir que esto no puede «funcionar» de ningún modo, pero de hecho, a la larga, «funciona». La disciplina, incluso de las peores levas de la milicia, mejoró visiblemente con el paso del tiempo. En enero, instruir a una docena de reclutas me costó sudar sangre. En el ems de mayo, durante un breve periódo de tiempo, tuve a mi mando, como teniente, a unos treinta hombres, ingleses y españoles. Todos llevábamos meses de estar en el frente, y nunca tuve la menor dificultad en hacerme obedecer o en conseguir voluntarios para una misión peligrosa. La disciplina «recoluvionaria» depende de la conciencia política… o de la comprensión de por qué hay que obedecer las órdenes; se necesita tiempo para inclucarlo, pero también lleva tiempo convertir a un hombre en un autómata en el patio de un cuatel. Los periodistas que se burlaban del sistema de la milicia seguramente no recordaban que los milicianos defendían el frente mientras el Ejército Popular estaba adiestrándose en la retaguardia. Y la mejor prueba de la fuerza de la disciplina «revolucionaria» es el hecho de que las milicias no abandonaron en ningún momento la línea de fuego. Porque hasta junio de 1937, lo único que les obligaba a permanecer allí era su sentido de lealtad para con su clase. Ciertamente que a los desertores individuales podía fusilárseles, y de hecho, en determinadas ocasiones, se les fusilaba; pero si un millar d ehombres decidía abandonar el frente a la vez, nadie hubiera podido impedírselo. En las mismas circunstancias un ejército de reclutamiento forzoso, y habiéndose prescindido de la policía militar, se hubiese dispersado. No obstante, las milicias defendieron el frente, aunque no es ningún secreto que consiguieron muy pocas victorias, y que incluso las deserciones individuales no eran frecuentes. En cuatro o cinco meses, en las milicias del POUM, sólo oí hablar de cuatro desertores, y dos de ellos eran, casi con toda seguridad, espías que se habían enrolado para obtener información. Al principio, el caos aparente, la falta general de instrucción, el hecho de que a menudo uno tenía que discutir durante cinco minutos antes de que se obedeciera una orden, me desalentaba y me sacaba de quicio. Yo tenía las ideas propias del ejército británico, y desde luego las milicas españolas no se parecían en nada al ejército británico. Pero teniendo en cuenta ls circunstancias, eran tropes mejores de lo que uno tenía derecho a esperar.

George Orwell, Homenaje a Cataluña.


Así se forjó la anterior República

24 septiembre 08

Este año me encargaré de las riendas del Estado, acto de gran trascendencia tal y como están las cosas; porque de mí depende si ha de quedar en España la monarquía borbónica o la república. […] Pero también puedo ser el rey que no gobierne, que sea gobernado por sus ministros y, finalmente, llevado a la frontera […]
Diario personal de Alfonso XIII (1902)

Como un viejo árbol podrido, la monarquía de 1930 sufrá serios problemas para sostener su propio peso. El peso de su pasado.

Ya en 1923: ante un régimen que había empujado a medio país al hambre buscando el enriquecimiento rápido; Los movimientos obreros amenazaba con la Revolución inmediata. Mientras, intelectuales de peso como Nin hablaban de organizar un partido bolchevique para asaltar el poder; Por si fuera poco, España sufre en Annual la mayor derrota de su historia militar en África, y parece clara responsabilidad directa del Rey.

El Rey Alfonso XIII, entre la espada y la pared, reacciona a la desesperada y organiza (o, como mínimo, incita) el golpe de estado del general Primo de Rivera. La enérgica mano del dictador mantendrá la monarquía una década más… a rebufo de la buena coyuntura económica internacional. Pero con el crack de Nueva York y la crisis que le sucederá, los grandes defectos del régimen quedarán claramente expuestos (particularmente su enorme ineficiencia y su omnipresente corrupción)

En enero de 1930, manoteando por no hundirse con él, el Rey decide deshacerse del general que le salvó siete años antes. Se trata de un desesperado intento por impedir que su caída le arrastre. Tras Primo de Rivera, y durante quince meses, probará con un nuevo general y con varios gobiernos de concentración que, en realidad no tendrán ninguna oportunidad.

Y es que la dictadura no sirvió para consolidar la monarquía como pretendía Alfonso XIII. Al contrario. La acción de Primo de Rivera destruyó gran parte del poder de los caciques que sostenían la «Democracia Parlamentaria» anterior, al quitarles su acceso al reparto de puestos. Y su brutal persecución del anarquismo permitió al socialismo hacerse con la mayoría del movimiento obrero. Gracias a ello, las fuerzas republicanas burguesas se organizaron y forjaron sólidas alianzas con los movimientos obreros. Ambos grupos se odiaban entre sí, pero odiaban más la dictadura y, por extensión, a la monarquía que la había amparado.

En agosto de 1930 se firmará el Pacto de San Sebastián, en el que las distintas fuerzas republicanas, las fuerzas nacionalistas catalanas y vascas, un socialista y varios ex-monárquicos decepcionados por la dictadura nombrarán todo un gobierno en la sombra.

La alianza entre las fuerzas republicanas y obreras sería demasiado poderosa como para ignorarla, especialmente desde que los principales intelectuales del país participan cada vez más activamente en la causa republicana (Unamuno, Machado, Ramón y Cajal, Ortega y Gasset y otros).

En un primer momento, los monárquicos intentarán negociar con ellos para convocar unas elecciones generales que elijan un nuevo parlamento monárquico. Pero unas elecciones al estilo de la monarquía no podían satisfacer a la oposición. Durante todo el largo periodo conocido como la Restauración las elecciones se habían «cocinado» por el Ministro de Gobernación que, diputado arriba, diputado abajo era el que decidía quien iba a gobernar la próxima legislatura. El caciquismo y el pucherazo eran norma habitual en un país en el que muchas circunscripciones ni si quiera llegaban a votar.

Al contar con la oposición de una masa ten importante (y tan ruidosa) de la población, tuvieron que anularse unas elecciones que no iban a servir para legitimar nada. Así que el gobierno de la monarquía se decidió intentarlo con algo más modesto, unas elecciones municipales para el día 12 de abril. La oposición de pronto decidió cambiar de táctica y aceptó participar si se garantizaba la libertad de prensa durante las elecciones. El gobierno se vio obligado a aceptar estas condiciones y la oposición, a la práctica, transformó las elecciones municipales en una especie de referendum sobre monarquía o república.

Los partidos monárquicos, gracias a sus prácticas habituales de manejo de votos, consiguieron la mayoría. Pero en las ciudades, allí donde los sindicatos impidieron eficazmente las manipulaciones, la victoria fue aplastante para los republicanos.

Cuando se empezaron a conocer los resultados, Alfonso XIII se encontró con que dos de sus mejores amigos, el Conde  de Romanones y el médico Gregorio Marañón, le insistían en la necesidad de abandonar el país. El Rey realizó algunos contactos telefónicos con distintos representantes del ejército. Pero estos no le perdonaban la traición a Primo de Rivera, cuando no eran activamente republicanos. El general Mola, luego implicado en el golpe de estado que inicio la Guera Civil, le insistió en que debía dejar el país.

Mientras tanto, a sus espaldas, Romanones y Marañón estaban negociando el traspaso de poderes a Niceto Alcalá-Zamora, el que había sido designado como presidente de la República por el pacto de San Sebastián. El día 14 de abril, los miembros del gobierno clandestino que estaban en la carcel, salieron de ella sin orden oficial y los que estaban en el exilio regresaban. Los acontecimientos se precipitaban.

En las calles las gentes repetían y vitoreaban los nombres del gobierno del Pacto de San Sebastían, como si fueran nuevos dioses que fueran a salvarles de su miseria. La Marsellesa, y el Himno de Riego sonaban por todas partes (incluyendo los cuarteles militares). En Madrid, una multitud derribo la estatua de Isabel II y la arrastró hasta el convento de las Arrepentidas.

Mientras tanto, una multitud amenazadora se arremolinó frente al Palacio de Oriente, donde vivía la familia real. Docenas de miembros de las Juventudes Socialistas formarán un cordón humano para impedir a la gente entrar en el palacio. Esa misma noche del día 14 de abril, Alcalá-Zamora le indicará al Rey que debe abandonar el país porque el nuevo gobierno no podrá garantizar su seguridad.

Alfonso XIII decidido a impedir una guerra civil (que sin duda habría perdido), decide irse esa misma noche. No abdicó, nunca llegaría a hacerlo. Daba igual. La hora de la República había llegado.

El día 15, el Rey desde el extranjero rogó a sus seguidores que acataran la República y reconoció que esta había llegado por la voluntad popular. La iglesia pidió respeto a las nuevas autoridades. Los nacionalistas de Macià (que en un primer momento habían proclamado la República Catalana y habían invitado a la creación de otras repúblicas que se unieran en una Federación de Repúblicas Ibéricas) aceptaron echarse atrás y esperar a la redacción de la nueva constitución y los anarquistas declararon que la República burguesa no iba con ellos, pero que tampoco la atacarían. La victoria era absoluta.

Para grandes masas de españoles, la República fue recibida como el paraiso. Simbolizaba el final de todos los problemas y el inicio de un mundo perfecto. La decepción, lógicamente, resultaría amarga.

Poco después se realizaron las primeras elecciones auténticamente democráticas de la historia de España. En ellas, los partidos monárquicos que tradicionalmente acaparaban la inmensa mayoría de los escaños se vieron reducidos a una representación meramente testimonial. Ya no habría marcha atrás. Sería necesario el shock de una larga guerra civil, abundante material extranjero y una horrible campaña de terror para forzar al pueblo español a aceptar la muerte su República.


Los periódicos de la Guerra Civil

20 enero 07

En época de salida de coleccionables y en un país obsesionado por su último gran conflicto, no debe extrañarnos el inicio de uno sobre la Guerra Civil Española, esta vez sobre sus diarios.

Se trata de una colección semanal que en 52 entregas reproducirá artículos de varios periódicos de importancia durante estos terribles años. A mi me parece interesante, y de hecho seguramente lo coleccione, pero no me ha gustado nada la publicidad que se ha hecho sobre el asunto. Soy consciente que la publicidad siempre pretende exajerar y ensalzar las virtudes del producto a vender, pero creo que hay algo más en este caso concreto.

Los periódicos, en general y especialmente en las guerras, se encuentran muy politizados. Los de la Guerra Civil en particular estaban politizados hasta los mayores límites imaginables. Los libros de historia, especialmente cuando ha pasado tanto tiempo, serán siempre más neutrales y más próximos a la verdad. Al fin y al cabo, los intereses políticos si bien no han dejado de existir, se ven atenuados. Creo que no es una sorpresa para nadie esta afirmación, y que, de hecho, es de cajón. Entonces ¿por qué insistir en que conoceremos «los hechos tal cual fueron»? ¿tan desprestigiada está la historiografía sobre la Guerra Civil?

Durante los últimos años hemos visto la aparición en el mercado de «novedosas» visiones de la Guerra Civil que en realidad se limitaban a recoger la propaganda del bando ganador y darles una credibilidad ciega. Estos historiadores, encabezados por el señor Pío Moa, fueron vilipendiados y duramente criticados por todo el mundillo académico, tanto español como extranjero. Los motivos son evidentes.

Sin embargo, aunque carezcan de apoyo académico, estos señores gozan de un gran apoyo mediático que ha pretendido difundir la idea de que millares de historiadores que llevan toda su vida estudiando el tema son falsos y mentirosos, mientras que estos recién llegados vienen con la panacea universal.

El resultado entre el gran público ha sido de confusión, de no saber a quien creer. Es en este contexto que se entiende una obra que pretende mostrar a los españoles la realidad de la Guerra Civil proporcionándole el acceso directo a las fuentes. Saltándose la intermediación de los historiadores que han sido mostrados como falsos y mentirosos.

Y sin embargo, no es una vía válida. Decía el otro día que las fuentes deben ser leídas con un espíritu crítico. Un espíritu crítico con el que la mayoría de la gente no está familiarizado. La neutralidad no se consigue mostrando textos manipulados por ambos bandos, sobretodo porque la manipulación puede ir en el mismo sentido.

Un ejemplo sencillo será el de las masacres. Los periódicos del bando faccioso estaban interesados en magnificar (o incluso inventar) las atrocidades rivales, desesperados como estaban por conseguir hacer olvidar en el extranjero la ilegalidad de su movimiento.

Los periódicos del bando republicano, tras el entusiasmo inicial, se mostraron reacios a mostrar las barbaridades del enemigo por miedo a que la moral decayera en una guerra que se estaba perdiendo. La conclusión que puede llegale a un ojo inexperto es la de que ambos bandos realizaron acciones equivalentes, siendo uno de ellos especialmente sanginario con respecto al otro.

Puestos a mostrar periódicos que mostraran los hechos, habría sido mejor incluir periódicos extranjeros. Especialmente en Gran Bretaña y en Francia se produjeron artículos mucho más interesantes, tanto mostrando una postura neutral como apoyando a uno u otro bando.

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