Junio de 1942.
Japón había emprendido la expansión más rápida jamás conocida. En tan solo 6 meses las fuerzas japonesas se han convertido en las dueñas del Pacífico. Desde Birmania hasta las Salomón, desde Nueva Guinea hata las Kuriles, las armas japonesas han logrado impresionantes victorias como el asalto de Singapur, fortaleza considerada inexpugnable.
Clickear la imagen para observar el Imperio japonés en su máximo esplendor. Nótese la situación de Midway y su proximidad a las islas Hawaii
El Mundo entero está asombrado. Pero, más allá de tan espectaculares resultados, los estrategas japoneses no se hacen ilusiones con respecto a esta guerra. Saben que sólo es cuestión de tiempo que la armada estadounidense regrese al Pacífico. La industria del Imperio Nipón no podía competir con la de sus enemigos, y los japoneses lo sabían muy bien.
Pero los asiáticos tenían a su favor una poderosa ventaja. Construir un barco de guerra de importancia es un proceso sumamente costoso y muy lento. Es cierto que los estadounidenses tenían mayor capacidad de producción, pero necesitarían años para poder construir una flota superior a la que entonces tenía Japón. Y ese plazo aumentaría si los japoneses destruían los barcos estadounidenses según iban saliendo del astillero. Ni que decir que la estrategia de los aliados en el Pacífico había consistido en evitar arriesgar su flota en ninguna batalla decisiva en la que la superioridad japonesa pudiera imponerse. La armada estadounidense se había dedicado a jugar al escondite desde el inicio de la guerra.
Japón tenía un problema. Su Imperio se había convertido en algo inmenso, pero sabía que no podía llegar más allá. Las líneas de suministros eran demasiado largas y cualquier posible nueva incorporación se convertiría en un problema defensivo. Los navíos nipones controlaban el Pacífico, pero cuantas más aguas tuviera que defender, más tendrían que dividirse y, por lo tanto, más posibilidades tendrían de ser derrotados.
General Isoroku Yamamoto
Para los japoneses, sólo existían dos estrategias posibles: Asentar sus conquistas y convertir el Pacífico en un fortín inexpugnable mientras se espera una victoria decisiva de los nazis en Europa. O localizar y destruir la armada estadounidense una y otra vez, hasta obligarles a rendirse. Para cualquiera de las dos estrategias, mantener su poderosa armada sería la clave. Si los japoneses perdían sus barcos, inevitablemente perderían la guerra.
Ambas estrategias tenían sus riesgos, luchar a la defensiva era apostar por la victoria de los nazis, algo que parecía fácil en junio de 1942, pero que todos sabemos que no lo fue tanto. En cambio, forzar el combate contra la armada yankee significaba el riesgo de que en un error de cálculo, estos salieran vencedores. Los japoneses podían ganar decenas de batallas sin ganar la guerra, en cambio una sola derrota podría significar el fin. Estaban indecisos.
En mayo se decidieron a realizar un tanteo, desencadenando una ofensiva en el Mar de Coral, amenazando una posible invasión de Australia. El resultado fue el de una especie de empate técnico, perdiendo un preciado portaviones cada bando. Aunque en realidad era una derrota para Japón (con mucho menor capacidad para construir un nuevo portaviones que su enemigo), esta batalla demostraba que la flota estadounidense seguiría escondiéndose sólo mientras los japoneses atacran islas semi desconocidas. Pero les bastaba amenazar con atacar algún lugar políticamente preciado para ellos para que las órdenes de los estadounidenses fueran la resistencia a cualquier precio, incluyendo la pérdida de su flota.
La política de acoso y destrucción del enemigo era, por lo tanto, viable. Por si fuera poco, el 18 de abril, un grupo de bombarderos yankees hizo lo impensable, soltaron sus cargas explosivas sobre el mismo Tokio. Nada importa que se perdieran todos los aviones en esta loca empresa, el Imperio Japonés había dado muestras de vulnerabilidad y eso era algo que debía ser compensado de alguna forma.
El gobierno se decidió por la alternativa ofensiva. La Armada Imperial debía forzar una batalla decisiva en la que destruir definitivamente a la armada estadounidense. Isoroku Yamamoto, probablemente el mejor general que tenían los japoneses, fue puesto al mando de la operación.
Yamamoto identificó fácilmente cual debía ser el objetivo del ataque. La isla de Midway. En el centro geográfico del Pacífico, Midway era peligrosamente vecina al archipiélago de las islas Hawaii. Si Midway caía en manos japoneses, la defensa de la principal base del Pacífico se vería comprometida. El efecto sobre la moral sería devastador.
Para hacerse con las Midway, Yamamoto estableció un plan sumamente precavido. Su intención era la de intentar tomar la isla, pero sin llegar nunca a arriesgar demasiado sus valiosísimos barcos. Particularmente, Yamamoto estaba preocupado por las escuadrillas aéreas que operaban desde la misma isla. Estas fuerzas podrían ser lo suficientemente importantes como para anular la superioridad de la flota atacante. Así que ideo un plan que, debería impedir a los estadounidenses defender correctamente a Midway hasta que las defensas de la isla hubieran sido barridas.
Los japonoses destacaron una floto de cierta importancia en dirección a las lejanas islas Aleutianas, otro objetivo vital ya que su caída en manos japonesas podría abrir las puertas al ataque sobre Alaska. El ataque sobre las Aleutianas se realizaría a la vez que el primer ataque sobre Midway, de forma que los estadounidenses, en un primer momento, no sabrían cual era el ataque principal y dejarían su flota en reserva esperando a localizar el grueso de la flota japonesa. Cuando se dieran cuenta de que el ataque sobre las Aleutianas en realidad era sólo un farol, los japoneses habrían tenido tiempo para arrasar las defensas de la isla.
Los radares de la época tenían un radio de acción muy pequeño, por lo que la única forma de localizar una flota enemiga consistía en el contacto visual mediante aviones exploradores. En cualquier caso, era muy fácil que la flota japonesa fuera localizada, por lo que Yamamoto dividió las fuerzas que atacarían Midway en tres grupos, con la intención de que si una fuera localizada, los estadounidenses no pudieran darse cuenta de todas formas de la importancia de las fuerzas atacantes.
El primer grupo debería enfrentarse a las defensas de la isla, poco después llegaría el segundo grupo que transportaba soldados destinados a ocuparla. Un poco más atrás se encontraba Yamamoto con el resto de las fuerzas, con la intención de mantenerse alejado para evitar que el enemigo le detectara demasiado pronto y para llegar justo a la vez que la flota norteamericana.
Atolón de Midway
El plan era impecable, un nuevo golpe de ingenio más espectacular incluso que el ataque sobre Pearl Harbour. Tras Midway, los japoneses se tendrían asegurado el dominio de su océano durante varios años, quizás sería el momento para firmar una paz ventajosa.
Pero los planes de Yamamoto se basaban en la suposición de que podrían engañar a sus enemigos. No imaginó que, en realidad, estaban enterados de todo. Desde ya antes de la guerra, el ejército norteamericano había conseguido descifrar los códigos japoneses y pudieron conocer al detalle el plan de Yamamoto contra Midway.
A las 04:30 del 4 de junio, el primer grupo atacante se encontraba a 240 millas al noroeste del objetivo. De sus cuatro portaviones se elevaron 72 bombarderos protegidos por 36 cazas. Tras su salida, empezó a formarse la segunda oleada que despegaría poco después, con 54 bombarderos y 36 cazas. Para proteger la flota tan sólo quedarían 12 cazas. Fuerzas más que suficientes si, como ellos pensaban, no había barcos enemigos cerca.
Pero sí los había. A tan sólo 215 millas de ellos, el almirante Fletcher tenía una fuerza que incluía tres portaviones. Y a las 5:34, un avión de exploración estadounidense perteneciente a esta flota localizaba al primer grupo. Estaba apunto de comenzar la batalla naval más grande de la II Guerra Mundial.
A las 6:28, la primera oleada ataca Midway, pero no encuentra su principal objetivo, los bombarderos norteamericanos no están en tierra como deberían (de hecho, estaban volando contra la flota japonesa). Algo iba mal.
En realidad, la primera oleada de bombardeos norteamericanos no fue capaz de realizar ningún daño, con escasa protección de caza se encontraron con los cazas de la segunda oleada listos para el combate. Y de los 53 que salieron de Midway sólo 3 pudieron regresar, estrellándose, además, uno de ellos en el aterrizaje. Pero ese ataque no debería haberse producido, porque los estadounidenses no deberían conocer su presencia tan pronto. Sin embargo, la marina imperial tendría un nuevo motivo de preocupación cuando, apunto de lanzar la segunda oleada, le llegaría la noticia de que un avión japonés había detectado una poderosa flota enemiga a tan sólo 200 millas dirigiéndose hacia ellos a toda velocidad. El general Nagumo, al mando del primer grupo, dudó entre equipar sus bombarderos con bombas contra Midway o con torpedos contra la flota enemiga. Pero no tuvo tiempo de decidirse ya que poco después llegó la segunda oleada de bombarderos norteamericanos, 16 aviones Dauntless, también sin protección de caza, que tampoco pudieron hacer gran cosa. Sin embargo a las 8:00 la cosa se ponía seria ya que poco después de la retirada de los dauntless, llegaban 16 superbombarderos B-17, volando demasiado alto como para que los cazas japoneses pudieran alcanzarles en tan corto tiempo. También fueron incapaces de acertar a sus objetivos. Pero tanto ataque de aviones contra los japoneses consiguió el objetivo de destruir su iniciativa.
A las 8:09 un avión explorador japonés comete un error de apreciación y afirma que la flota estadounidense carece de portaviones, con lo que Nagumo decidió que primero debía destruir las defensas de Midway y después ya tendría tiempo de enfrentarse a la inesperada flota. Vuelve a equipar a los aviones con bombas, pero a las 8:20 otro avión explorador confirma que los estadounidenses tienen al menos un portaviones, así que la segunda oleada vuelve a ser cancelada. Por si fuera poco, en ese momento se presenta un nuevo problema. La primera oleada regresa desde Midway y las cubiertas deben ser despejadas o los aviones caerán sobre el mar por falta de combustible, lo que significa que no hay tiempo para equipar nuevamente los aviones con torpedos.
Al final Nagumo da la orden de permitir la llegada de sus aviones y aparca los aviones de la segunda oleada. A las 9:18, por fin, despega una nueva fuerza aérea, esta vez irán contra la flota enemiga. Está equipada con 36 aviones equipados con bombas, 54 con torpedos y 12 cazas de escolta (son los únicos que puede enviar ante la presencia de tantos bombardeos enemigos). A las 12:30 Yamamoto es informado de la situación y confirma a Nagumo su decisión de considerar a la flota enemiga la máxima prioridad, a la vez que decide acelerar su avance hacia la isla.
Mientras tanto, los estadounidenses que sabían que habían sido localizados, dividieron su flota para hacerla menos vulnerable. Fletcher quedó al mando del portaviones Yorktown y Spruance se separó con los portaviones Hornet y Enterprise además de varios destructores y cruceros cada uno.
Spruance había calculado lanzar su ataque a las 9:00, ya que entonces estaría lo suficientemente cerca como para que sus cazas pudieran ir y regresar sin problemas. Pero al darse cuenta de que había sido descubierto, decidió apostárselo todo a una carta y envió 119 aviones hacia el objetivo, aún sabiendo que muchos de ellos no podrían regresar. Tan sólo 34 cazas quedaron para protejer la flota, apostando por ser el primero en golpear.
A las 8:38, el Yorktown lanzaba un nuevo ataque a su vez con 35 aviones, reservando una poderosa segunda oleada que atacaría después, esperando encontrar a los cazas enemigos bajos de combustible.
Los aparatos del Hornet no encontraron al enemigo, con la excepción de una escuadra de quince aviones que fue fácilmente destruida a las 9:25 por las defensas de la flota japonesa. Apenas diez minutos después, los aviones del Enterprise atacaban a su vez, con escasos resultados. Spruance había sido el primero en atacar, pero no le había servido de nada.
A las 10:00 llegó la primera oleada del Yorktown, que fue nuevamente rechazada por los exhaustos zeros cuyos pilotos empezaban a dar muestras de agotamiento. Los aviones aterrizaron para recargar combustible. Lo peor parecía haber pasado.
Pero no era así, a las 10:25, 54 bombarderos en picado dauntless llegaron hasta la flota japonesa a más de 3.000 metros de altura, ocultos entre las nubes, los japoneses no les vieron hasta que no era demasiado tarde. Con los zeros en los portaviones, los dauntless atacaron a placer a los portaviones Kaga, Akagi y Soryu. El kaga quedaría reducido a una carcasa flotante, el Akagi quedaría seriamente dañado y el Soryu se hundiría con 2.000 marineros y 200 aviones a bordo.
El resultado fue devastador. De los cuatro portaviones del grupo uno, tan sólo el Hiryu seguía siendo operativo. A las 10:30 del único portaviones que les queda a los japoneses sale un nuevo ataque que conseguiría alcanzar al Yorktown dejando inmovilizado. Pero los americanos conseguirían reparar el barco a las 13:40 lo suficiente como para, con lentitud, pudiera moverse en dirección a Pearl Harbour. Pero los japoneses, aunque seriamente mermados, todavía podrían realizar un nuevo ataque desde el Hiryu, capaz de destruir definitivamente al Yorktown que sería abandonado a las 14:56.
Los japoneses cometieron el error de confundir los dos ataques al Yorktown con dos portaviones distintos, por lo que pensaron que si conseguían todavía dañar seriamente a un tercer portaviones, la lucha estaría reñida y la llegada de Yamamoto sería suficiente como para decidir a su favor la batalla.
El Yorktown ya dañado. Este portaviones había sido ya dañado en la Batalla del Mar del Coral.
Pero la suerte no les acompañaría. A las 15:30 un nuevo ataque desde el Enterprise y el Hornet alcanzaba al Hiryu, envolviéndolo en llamas.
Estando ambos combatientes al límite de sus fuerzas, se produjeron unas horas de tranquilidad. A las 2:55 del día siguiente, Yamamoto daba la orden de retirarse. Los dos únicos portaviones japoneses que seguían a flote, el Hiryu y el Akagi, serían hundidos por los propios japoneses.
La flota imperial perdió cuatro portaviones, la norteamericana tan sólo uno. En tan sólo un día, la superioridad japonesa en el Pacífico había sido destruida. A Japón le esperaba una larga lucha defensiva en la que su única esperanza, cada vez más desesperada, sería la de una rápida victoria nazi en Europa.
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