Cleopatra, una faraona fea

23 septiembre 07

De todos los mitos históricos pocos, muy pocos, son tan machistas como el de Cleopatra (y ya tiene mérito, tú)

Cuando pensamos en la última reina de Egipto, a todos nos viene a la memoria la maravillosa Elizabeth Taylor. La hermosísima y lujuriosa mujer capaz de seducir al hombre más poderoso de su tiempo y a su inmediato sucesor, la nifómana glamourosa que supo convertir la corte alejnadrina en la capital de los placeres a la que ningún hombre sensato podría resistirse.

Cleopatra es una mujer que fue capaz de sobrevivir una infancia entera en la turbulenta corte alejandrina (casi ninguno de sus hermanos pudo decir lo mismo) y siendo apenas una cría de 17 años consiguió el trono apesar de la oposición de los más importantes hombres de Alejandría y sedujo a todo un Julio César que se acababa de convertir en el hombre más poderoso del Mediterráneo. ¿Cómo pudo una mujer conseguir sobrevivir allí donde tantos hombres (alguno de ellos, incluso inteligente) morían como moscas? Sólo existe una posible respuesta ¿no? debió ser increíblemente hermosa, el único atributo que una mujer puede poseer ¿verdad?

Pero entonces… ¿por qué sus contemporáneos insistían en destacar que era más bien feucha la pobre?

A lo mejor va a ser que tenía un poco de inteligencia y todo.

Moneda de Cleopatra en la que podemos comprender

a lo que Cicerón se refiere cuando habla de su nariz.

Las pocas imagenes que tenemos de ella en bustos y monedas no nos deberían servir para hacernos una idea de su belleza, ya que esta es relativa y cultural y es posible que a sus contemporáneos les pareciera hermoso un rostro que, desde luego, a nosotros no nos lo parece. Pero es que no existe ningún testimonio de Cleopatra en el que haya sido descrito como guapa. Parece ser que principalmente a causa de su nariz. Cicerón, que la conoció en persona, dijo una vez «si la nariz de Cleopatra hubiera sido más pequeña, habría conquistado el mundo». Lo que de otra forma podríamos decir: si hizo todo lo que hizo siendo fea ¡imaginaros si encima llega a ser hermosa!

Destacan sin embargo, incluso los que más la odian, su impresionante cultura e inteligencia. Que sepamos, Cleopatra llegó a hablar al menos seis idiomas, y discutía con profundidad sobre filosofía, historia y, cómo no, política. Tenía además una personalidad increiblemente atractiva. Vale que no fuera hermosa, pero era una mujer con la que cualquier persona culta se sentía agusto. Y esto lo reconocen incluso, como ya hemos dicho, aquellos que más la odiaban.

Alejandría en tiempos del Imperio Romano, aparte del edificio en honor de César y el cementerio romano, no tenía muchos cambios con los tiempos de Cleopatra.

El Egipto de Cleopatra era la nación más rica del Mediterraneo, pero su poderío militar no estaba en consonancia con su economía… y eso era algo bastante peligroso cuando tienes como vecinos a los romanos. La principal debilidad del reino nacía de su división entre griegos y egipcios que se odiaban mutuamente. Se hacía imprescindible una reconciliación entre ambos pueblos que pudiera permitir al país del Nilo ofrecer una resistencia seria contra el imparable ascenso de Roma.

Quizás obligada por las circunstancias, o quizás por un genuino espíritu político, Cleopatra representaba en sí misma esa reconciliación entre los dos pueblos. Siendo griega, le hablaba a los egipcios en su propio idioma (fue la primera descendiente de Ptolomeo que aprendió a hablar egipcio). Siendo de tez blanca, vestía con las prendas tradicionales egipcias. Siendo Reina de Egipto, asumió los antiguos títulos faraónicos. Esto le granjeó la adoración de los egipcios… y la aniversión de Alejandría.

Recreación de la Torre de la isla de Faros, primera de su clase y que

daría nombre al resto de torres destinadas a ayudar al tráfico naval.

El Museo (nombre que deriva de las musas) daría también nombre a

este tipo de edificios.

Era Alejandría la ciudad más maravillosa del mundo (se cree que duplicaba la población de Antioquía y casi triplicaba la de Roma). Dotada de una impresionante Torre en la isla de Faros (una de las siete maravillas del mundo), con su Museo equipado con la mayor biblioteca del mundo, con sus dos puertos (los más activos del mundo, con carriles flotantes que permitieran gestionar efectivamente el intenso tráfico).

Pero era también un costoso parche sobre Egipto. Una colonia macedónica, griega, sobre tierra extranjera. En Alejandría los egipcios tenían prohibido residir. Alejandría pretendía actuar como si fuera una inmensa ciudad-estado, una ciudad que dirigía, sometía y esclavizaba a Egipto, el país más antiguo y más rico del Mundo Conocido. Sin la gran carga que significaba la población de alejandría, Egipto sería el país con mayor excedente alimenticio de su tiempo. A causa de Alejandría, los egipcios muy amenudo padecían hambre.

La crisis sucesoria que enfrentaba a Cleopatra con su hermano amenazaba con derivar en una guerra civil entre alejandrinos y egipcios. Una guerra que, por cierto, Cleopatra tenía todas las de perder. Al fin y al cabo, el ejército estaba en manos alejandrinas.

Entonces fue cuando Julio César apareció en escena. El Gran Hombre llegaba a Alejandría persiguiendo a su rival Pompeyo Magno, al que acababa de derrotar definitivamente en Farsalia. Aparecía por lo tanto como el hombre más poderoso del Mediterráneo. Una fuerza absolutamente capaz de desequilibrar la situación en Alejandría… y totalmente dispuesto a hacerlo en su propio provecho.

Lógicamente, ambos bandos intentaron ganarselo para su causa pero, como es sabido, al final fue Cleopatra la que consiguió seducirle. Y, si hemos visto que la reina no destacaba por su belleza, cabe preguntarnos como lo consiguió.

César era un hombre libidinoso. Era consciente de su grandeza, y se creía con derecho a todo y Cleopatra no fue precisamente la primera princesa a la que conoció íntimamente, incluso tenía un rey en su lista de conquistas. Es posible que aunque no fuera atractiva, César considerara que dormir con ella era una especie de obligación viril para él. Sus soldados dormían con las esclavas que habían capturado en la batalla, él dormía con las princesas.

Por otra parte, era un gran seductor, la lista de sus conquistas amorosas es todavía más larga que la de sus conquistas militares. Apesar de que casi le triplicaba en edad a Cleopatra, y que no es que fuera particularmente guapo, César era un hombre tremendamente atractivo. Probablemente, y esto es especulación mía, a causa de esa seguridad en sí mismo que siempre demostraba. Existe la posibilidad de que realmente la jovencísima Cleopatra que, probablemente, había conocido a muy pocos varones en su vida, se enamorara de él. Además, César ya recibía en el Oriente un trato de dios en la tierra, y Cleopatra como faraona sólo podía compartir lecho con otro dios como ella. La lista de dioses vivos en el Mediterráneo no era muy elevada.

No parece extraño que Cleopatra y César pudieran compartir algunas noches. Pero su amorío fue mucho más allá. En un momento en que los enemigos de César se estaban reagrupando para acabar con él, se dedicaron a recorrer el Nilo en un placentero crucero. Y cuando César viajó a Roma, Cleopatra no tardó mucho en acudir hasta allí. Y César siguió visitándola para escándalo de sus compatriotas y despecho de su esposa romana. No era César un hombre que tuviera problemas para conseguir satisfacer sus bajos instintos, así que si iba a visitar amenudo a aquella jovenzuela feucha y extremadamente delgada, por algo debía ser más allá del puro instinto sexual. Probablemente valorara en ella su increíble cultura e inteligencia, que hasta sus enemigos ensalzaron. Posiblemente incluso estuviera enamorado.

Políticamente la alianza entre César y Cleopatra era muy prometedora. Simbolizaba la unión entre Oriente y Occidente, y la garantía de que no habría más guerras en el Mediterraneo. Egipto aseguraba el suministro de trigo a Roma y Roma aseguraba la paz en Egipto. Por si fuera poco, Cleopatra tuvo un hijo con César, el único varón que tuvo el Gran Hombre.

Pero la muerte de César no llegó mucho después y Cleopatra tendría que volver a Egipto. Una nueva guerra civil amenazaría ahora a la República Romana y, tras acabar fácilmente con los asesinos, dos nuevos hombres aspiraban a ocupar el lugar de César.

El jovencísimo Cayo Octavio (que adopta el nombre de Julio César Octaviano y que más tarde sería conocido como Augusto) es el heredero legal de César. Marco Antonio era conocido como la mano derecha del dictador y es el hombre al que conocen y adoran sus soldados.

Mientras la gran potencia mundial se enfrenta consigo misma, la segunda potencia no podía quedar al margen. Cleopatra volverá a tomar un bando, Marco Antonio, y volvemos a encontrarnos con la incógnita sobre lo que debió pasar entre los dos. Políticamente la alianza parece idónea, Cleopatra tenía el dinero que Marco Antonio necesitaba para financiar su guerra civil. Y Marco Antonio parecía claramente superior a ese mocoso que había demostrado carecer de capacidades como militar.

Moneda con Marco Antonio y Cleopatra.

En lo personal, Marco Antonio no era César. Carecía de su atractivo físico e intelectual (aunque con su gran altura y corpulencia, es posible que fuera interesante). Por su parte, Cleopatra era más adulta y experimentada de lo que lo fuera con César. El resultado fue que si César era siempre el que parecía controlar la situación incluso en su vida en pareja, Cleopatra supo manejar con gran facilidad al muy inferior Marco Antonio. Si César y Cleopatra habían vivido en Roma, Cleopatra y Marco Antonio vivirían en Alejandría.

Sin embargo el romano tenía sus virtudes, parece ser que sabía ser tremendamente divertido cuando quería, y era capaz de hacer reir a cualquiera. Era además un competente militar y sus soldados le adoraban. No sabemos si Cleopatra efectivamente se enamoró de él. Aunque sí es evidente que Marco Antonio sí lo estaba.

Octavio no era un gran general, pero sí que era un gran político y si no sabía dirigir ejércitos, sí que sabía elegir a las personas adecuadas para ello. Con gran habilidad, consiguió desprestigiar a su rival principalmente por medio de Cleopatra. Es aquí donde nace la leyenda de Cleopatra. Se le inventan decenas de amantes (en realidad, los únicos amantes que le conocemos a Cleopatra son César y Marco Antonio) y se crea toda la atmósfera de glamour lujurioso que ha sobrevivido hasta la actualidad.

Tras una breve contienda, Marco Antonio es derrotado y tanto él como Cleopatra acaban por suicidarse. Octavio Augusto sería el primer emperador romano digno de tal nombre y Egipto se convertiría en una propiedad personal suya.

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