El desierto estratégico del Duero

25 diciembre 06

Transcurría la segunda mitad del sVIII. La Cordillera Cantábrica había caído bajo el control de grupos dispersos de nativos. El resto de la Península pertenecía, al menos nominalmente, al poderoso Califato de Damasco. Entre ambos se interponían los que entonces se llamaban Campos Góticos (Campi Gothorum), la cuenca del Duero.

Transcurría la segunda mitad del sXX. El ilustre profesor Sánchez-Albornoz, basándose en la documentación tanto cristiana como islámica, elaboraba una espectacular hipótesis: Los Campos Góticos no habían sido una frontera al uso, sino una región deshabitada que ninguno de los dos bandos tenía capacidad ni interés en repoblar. Un escudo. Un desierto estratégico.

Para entender la hipótesis, es necesario comprender las especiales circunstancias de la época. En 711, un ejército de bereber desembarca en Gibraltar. En 714, es probable que tras saquear el castro cántabro de Peña Amaya (provincia Burgos) todo tipo de resistencia visigoda al sur de los Pirineos haya sido liquidada.

Pero una conquista necesita asentarse (que le pregunten al señor Bush), y el dominio islámico no lo tuvo fácil en su primer siglo de existencia. Las crónicas islámicas nos hablan de infinidad de revueltas que se produjeron constantemente prácticamente por toda la Península. Algunas de esas revueltas debieron tener un cierto éxito en el norte, donde las crónicas del Reino de Asturias nos hablan de una batalla en Covadonga y las crónicas sureñas (no sólo islámicas) de una escaramuza en algún lugar indefinido del norte.

Parece ser que, de alguna forma, un tal Pelayo consiguió aglutinar la resistencia en la zona oriental de la actual Asturias (y probablemente también central). Después estableció una alianza con los pueblos cántabros, seguramente también en rebeldía, tras casar a su hija con Alfonso, hijo de un tal Pedro, Duque de Cantabria (o Duque de los Cántabros, Dux Cantabrorum).

A juzgar por las fuentes cristianas e islámicas (la lógica parece apoyarlo) esta alianza astur-cántabra sufrió un duro acoso desde el principio. Los invasores no querrían que quedara un posible foco de resistencia que pudiera extender la rebelión por el resto de la Península. Probablemente, Pelayo, Alfonso y sus fuerzas se dedicaron a recorrer las montañas huyendo de sus perseguidores, en una guerra de guerrillas, siendo Covadonga el incidente más reseñable de estas correrías. Resulta significativo que las crónicas cristianas más antiguas denominen a Pelayo princeps (principal, o quizás primero entre iguales) y no rex (rey). Todavía hoy se conserva la costumbre de referirse a él como Don Pelayo en vez de como Pelayo I.

Cuando Pelayo muere en 737, poco ha cambiado la situación. Lo mismo puede decirse del breve periodo de su hijo Favila, pero algo cambiará sustancialmente apartir de 739, cuando Alfonso (el hijo de Pedro Duque de Cantabria) suceda a Favila.

Gobernaba entonces ‘Uqba, el cual realizó «incursiones todos los años» en la intención de crear unas fronteras estables que afianzaran la conquista. Estaba en Zaragoza preparando una incursión al sur de Francia cuando le llegó la noticia de que se había iniciado una revuelta bereber en Tanger (que en seguida se extendería por el norte de África). Los bereberes africanos se veían obligados a pagar impuestos como si fueran infieles (apesar de haberse islamizado ya en gran medida) y en aquel momento las principales fuerzas árabes del gobernador del Magreb estaban en España. ‘Uqba, fiel al gobernador del Magreb, del que dependía, bajó rápidamente hacia Andalucía con la intención de enviar fuerzas a Marruecos.

La revuelta beréber era muy peligrosa para los árabes residentes en España que, siendo la clase dirigente, estaban en clara minoría con respecto a los beréberes. Así que el árabe ‘Abd al-Malik b. Qatan se subleva y depone a ‘Uqba para adelantarse a los acontecimientos, impedir que España quedara desprotegida de fuerzas árabes y eliminar la injusticia fiscal que sufrían los beréberes peninsulares.

Las fuerzas árabes y sirias enviadas por el Califa de Damasco a África son duramente derrotadas y se ven obligadas a atrincherarse en Ceuta en 741. Desde allí intentan seguir huyendo hacia España, pero Ibn Qatan se lo impide, pues tiene miedo de ser juzgado por su golpe de estado. Hasta que los beréberes que se encuentran en la Península, animados por las victorias de sus congéneres africanos, también se sublevan. En 742 los sirios acantonados en Ceuta pasan por fin a España donde derrotan a los rebeldes y, acto seguido, se vuelven contra Ibn Qatan, iniciándose un periodo de dos décadas de guerras civiles agravados por la llegada a España, en 755, de Abderramán I, último omeya, que acabará fundando el emirato independiente de Córdoba.

En este proceso, los musulmanes no sólo dejaron de acosar a los rebeldes astur-cántabros, sino que además desprotegieron sus fronteras, Ajbar Machmu’a nos cuenta «Los beréberes de Gillîqiya [Galicia], Astorga y de [la cuenca del Duero] se concentraron en número incalculable, cruzando el río Tajo para atacar a Ibn Qatan». Alfonso I sería posiblemente el primero que, con propiedad, podríamos llamar rey. La revuelta beréber le daría la tranquilidad suficiente para afianzar su mando y facilitaría su expansión por la cornisa cantábrica, dotando de peso demográfico y geográfico al joven reino.

Por si fuera poco, entre 750 y 755 se produjeron los llamados años de barbante, una terrible sequía que añadiría todavía más tensión y reduciría la población de Al-Andalus, el propio Ajbar Machmû’a «los habitantes de España disminuyeron de tal suerte, que hubieran sido vencidos por los cristianos, a no haber estado éstos preocupados también por el hambre.»
Alfonso I, quizás acuciado por la sequía de la que habla Ajbar Machmû’a, quizás por motivos estratégicos o posiblemente por pura búsqueda de botín, iniciará una campaña de saqueos que afectará especialmente a la cuenca del duero, la Crónica de Alfonso III, en su versión Ovetense, nos da un listado de poblaciones asaltadas: «Lugo, Tuy, Oporto, Braga la Metropolitana, Viseo, Chaves, Agata, Ledesma, Salamanca, Zamora, Ávila, Segovia, Astorga, León, Saldaña, Mave, Amaya, Simancas, Oca, Veleya de Álava, Miranda, revenga, Carbonárica, Abeica, Briones, Cenicero, Alesanco, Osma, Coruña, Arganza, Sepúlveda, aparte de los castillos con sus villas y aldeas todas; y dando muerte a todos los árabes que ocupaban las ciudades dichas, se llevó consigo a los cristianos a la patria»

El historiador francés Barrau-Dihigo, basándose en crónicas árabes, ha realizado una cronología de los hechos que tiene muchas posibilidades de ser acertada: Hasta 745, Alfonso I hostigaría las fortalezas gallegas y leonesas, principalmente Astorga. Apartir de ahí, tras la retirada hacia el sur beréber y las nuevas revueltas cristianas en la región de la que hablan las crónicas permitiría a Alfonso I hacerse con el control de la zona y desde 750-751 empezaría a realizar expediciones de saqueo por toda la Submeseta Norte.

Y aquí es donde llega la revolucionaria hipótesis de Sánchez-Albornoz. Sabiendo imposible la ocupación de las fortalezas saqueadas, Alfonso I mataría a los musulmanes y se llevaría consigo a los cristianos, repoblando el norte y creando un desierto estratégico dificil de atravesar por las fuerzas islámicas (téngase en cuenta que los ejércitos de la época vivían sobre el terreno, si no hay nadie a quien saquear, no hay comida).

Cuando alguien lee la palabra desierto tiende a pensar en el Sahara, pero Sánchez-Albornoz no utiliza esta palabra con este sentido. El Desierto del Duero no sería, evidentemente, una gran extensión sin vida, sino una gran región deshabitada o prácticamente deshabitada «porque naturalmente hay oasis hasta en los desiertos». Sería un desierto, por lo tanto, creado de una forma premeditada por un hábil rey que, sabía, su joven reino necesitaba un buen escudo que le protegiera de las fuerzas islámicas una vez estas consiguieran finalizar su periodo de guerras civiles.

A favor de esta tesis, Claudio Sánchez-Albornoz esgrime las siguientes pruebas:

  • Escasez de toponimia gótica en la zona afectada.
  • Las fuentes. Así por ejemplo la Crónica de Alfonso III, en su versión rotense, afirma «Por este tiempo se pueblan Asturias, Primarias, Liébana, Trasmiera, Sopuerta, Carranza, las Vardulias, que ahora se llaman Castilla, y la parte marítima de Galicia; pues Álava, Vizcaya, Aizone y Orduña se sabe que siempre han estado en poder de sus gentes, como Pamplona y Berrueza». Las propias fuentes nos hablan de exterminios de musulmanes y traslado de cristianos al norte. Y un siglo después, con el reinado de Ordoño I (850-866) veremos como se habla del repoblamiento de estas mismas regiones de la Cuenca del Duero. En 920, Abd al-Rahmân III realizó una expedición hacia el norte de la que las fuentes islámicas dicen «Tardó cinco días en franquear el gran desierto a lo largo del río Duero»
  • El hecho de que la mayoría de los ataques islámicos posteriores se desarrollaran por los flancos del Reino de Asturias.
  • Aparición brusca de tradiciones y leyes de origen gótico en regiones poco gotizadas, como las actuales Asturias, Cantabria y Euskadi.

En contra de esta tesis ya argumentó Menéndez Pidal, contemporáneo de Sánchez-Albornoz y amigo suyo. Él y otros respondieron a las tesis de Sánchez-Albornoz de la siguiente manera:

  • Escasez de toponimia gótica en la zona afectada: Este punto, sin dejar de ser cierto, es poco relevante. La toponimia gótica es muy extraña en toda la Península. Posiblemente debido a que la población visigoda, si bien relevante por ocupar la élite política, fue poco importante en número. Además, está la problemática de la abundantísima toponimia de origen latino y prerromano. Sánchez-Albornoz pretende explicarlo por un recuerdo de aquellas antiguas ciudades, y eso podría explicar el caso de las grandes ciudades como León, pero ¿cómo explicar la infinidad de montes, ríachuelos, cuevas que conservan un nombre céltico o romano si efectivamente aquellas tierras fueran despobladas?
  • Imposibilidad práctica: El norte, por muy despoblado que estuviera, difícilmente podría absorver la población de una región tres veces mayor en extensión y, seguramente, decenas de veces superior en producción cerealística. Por otra parte ¿por qué iba a estar despoblado el norte?
  • Las fuentes: Si bien las fuentes cristianas trasmiten esta impresión, las islámicas lo desmienten. Así, por ejemplo, hablan de un ataque contra Burgos en 865, mientras que las fuentes cristianas nos dicen que fue poblado en 884. Sánchez-Albornoz intenta solucionar esta contradición hablando de intentos de población, pudo haber un intento anterior de repoblar Burgos que fracasó ante el ataque en 865. Existe otra posible explicación a la aparente contradición entre ambos tipos de crónicas, y es que la palabra «populare» no signifique «poblar». Los historiadores actuales tienden a considerar que, en el oscuro latín altomedieval del que sabemos muy poco, populare podría significar más bien reorganizar. Así cuando las crónicas dicen que Alfonso I «pobló» el norte y que Ordoño I «pobló» la cuenca del Duero, en realidad quieren decir que las introdujo en un marco administrativo.
  • El hecho de que la mayoría de los ataques islámicos posteriores se desarrollaran por los flancos del Reino de Asturias: Al fin y al cabo, la Cordillera Cantábrica, especialmente desde la fortificación de Peña Amaya, ya resulta por sí sólo una barrera considerable y un buen motivo para rodearla por los flancos.
  • Aparición brusca de tradiciones y leyes de origen gótico en regiones poco gotizadas, como las actuales Asturias, Cantabria y Euskadi: Efectivamente esas tradiciones existieron, pero ¿desde cuando? No podemos saber si efectivamente fueron llevadas por los inmigrantes del sur o por la presencia germánica anterior en la región. Es cierto que la presencia visigoda al norte de la Cordillera Cantábrica es discutida, pero en mi opinión hay motivos más que suficientes para considerarla como segura. Sin olvidarnos de la presencia anterior de los suevos.

La arqueología podría solucionar esta disputa definitivamente en un sentido o en otro. Pero no se han realizado las excavaciones suficientes para ello. En cualquier caso, parece apuntar en contra de la hipótesis de la despoblación.

La discusión se ha mantenido desde los años 70 hasta la actualidad, si bien la mayoría de los historiadores actuales parecen propensos hacia un término medio. Con las campañas de Alfonso I, resulta razonable suponer que algunas personas le acompañaran de regreso al norte, quizás huyendo del islam o por ser personas adineradas con miedo a futuros saqueos. Con los fuertes combates que a lo largo del sVIII se produjeron en esa zona (guerras entre visigodos, invasión islámica, revuelta beréber, ataques astur-cántabros…) sumados a la sequía de la que hablan las crónicas, es probable que efectivamente se produjera un fuerte descenso poblacional. Ante la imposibilidad de ambas potencias por extender su dominio sobre esta región, se formaría una especie de «tierra de nadie», una «tierra sin ley» en la que campesinos armados vivirían sin señores ni eclesiásticos. Tierras poco pobladas por campesinos difíciles de saquear que quizás podrían justificar la expresión «desierto del Duero». A favor de la hipótesis de los campesinos armados se encuentra la costumbre hispánica de permitir al campesinado poseer armas, a diferencia de los feudalismos del resto de Europa (incluso aquellos muy sometidos a continuos ataques y razzias como los británicos).

Seguramente, estas tierras habrían desarrollado un poder político propio si no fuera por la presión disgregadora que sufriría tanto desde el norte como desde el sur. Es de esperar, en cualquier caso, que pudieran surgir especies de ciudades-estado de las que no sabemos nada ya que, como dijo Duby, cuando hablamos de la Edad Feudal: «sin señores no hay historia». Sin ser un «desierto estratégico» esta especie de ciudades-estado formarían un obstáculo considerable a cualquier expedición lanzada desde el sur. Y mirarían con hostilidad a cualquier intento norteño de absorción, lo cual podría explicar que el Reino de Asturias necesitara todo un siglo para asentarse en unas tierras que, parece ser, habían sido abandonadas por los islámicos.

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