Ya no hay Dios. Ya no hay Zar

22 enero 07

En 1900 Rusia era el país más atrasado de Europa. No sólo a nivel de infraestructuras, sino principalmente en su mentalidad, absolutamente feudal. Hasta la atrasada España había pasado ya por varias desamortizaciones y había transformado sus siervos en obreros rurales.

En cambio, en 1917 Rusia sorprende al mundo realizando una revolución sin precedentes que coloca a un gobierno obrero en el poder. ¿Qué ha podido pasar en medio? Desde luego, pasaron muchas cosas, pero la más importante seguramente sucediera el 22 de enero de 1905. El domingo sangriento. Aquel día, Rusia entró de la forma más violenta posible en el sXX.

Era el pueblo ruso un pueblo ingenuo. Todos los males que sufrían era, sin duda, por culpa de malos administradores y nobles malvados, el padrecito Zar, el batiushka, había sido designado por Dios y no podía tener la culpa de nada. Si se producía alguna maldad, sería siempre aprovechando de la buena fé o del desconocimiento del Zar, bastaría comunicarse con él para que acudiera presuroso a resolver el entuerto. Era una mentalidad más propia de los siglos XVI-XVII, pero todavía funcionaba.

Pero algo empezaba a romperse en el seno de la tradicional sociedad rusa. La industrialización, todavía escasa, había traido consigo las primeras organizaciones obreras que, aunque en manos de la Iglesia Ortodoxa, tuvieron un importante papel en la expansión del socialismo en Rusia. La guerra contra Japón había acelerado el empobrecimiento de los obreros y campesinos por igual y ya el 20 de diciembre de 1904 se habían iniciado una serie de huelgas que amenazaban con paralizar el país. En enero, 120.000 huelguistas se concentraron en San Petesburgo y aquel fatídico 22, marcharon hacia el palacio imperial.

Los obreros, con sus mujeres y sus hijos, acudían a pedirle al padrecito Zar que les escuchara, que viera su sufrimiento y se apiadara de ellos. Había aire de fiesta. No había armas. Por no haber, no había ni banderas ni discursos. Llevaban icónos religiosos, y los sacerdotes iban con ellos. La guardia de palacio respondió con fuego de fusilería.

La matanza fue un jarro de agua fría para todo el pueblo ruso. La imagen del padrecito Zar se vino abajo. Hasta el punto de que el cura ortodoxo Georgi Gapon publicaría una escrito esa misma noche diciendo: «A los soldados y a los oficiales que asesinan a nuestros hermanos inocentes, a sus mujeres y a sus hijos, a todos los opresores del pueblo, mi maldición pastoral. A los soldados que ayuden al pueblo a obtener la libertad, mi bendición. Les eximo de su juramento de soldados hacia el zar traidor que ha ordenado verter sangre inocente. Ya no hay Dios. Ya no hay Zar.«

Si el Zar recibe su derecho de Dios, la guerra contra el Zar es guerra contra Dios.

La revuelta se extendió por toda Rusia, especialmente cuando empezaron a llegar las noticias de las derrotas sufridas en el Pacífico (en febrero Rusia era expulsada por los japoneses de Manchuria, en mayo la flota rusa era derrotada en Tshushima). El régimen del Zar no sólo era injusto, sino además ineficaz. De todo el Imperio llegaban noticias de rebelión, en Polonia y Georgia la protesta se unía a las pretensiones nacionalistas, en Odessa la tripulación del Acorazado Potenkim iniciaría la aventura que años después inmortalizaría el genial Eisenstein.

La respuesta gubernamental llegó en forma de mayor represión. «Responder al terror con terror» diría el Zar, pero ante la fuerza del movimiento revolucionario, el gobierno se vió obligado a realizar algunas cesiones. Así nació la Duma, primer parlamento ruso que, sin embargo, nunca tuvo un verdadero poder político.

Tras el acuerdo entre el Zar y la burguesía (los octubristas), el movimiento fue desinflándose. No era el momento para una revolución. El Zar, paternalista, otorgaría su bondadoso perdón a la clase obrera «confío en el honor del sentimiento de los obreros y en su lealtad hacia mi persona; por eso les perdono su falta». Pero Rusia ya nunca volvería a ser la que era antes del Domingo Sangriento.

Como dijo Marc Ferro, si el zar había perdonado a los obreros, éstos no le iban a perdonar nunca lo sucedido. El propio Zar lo descubriría años más tarde, al ser fusilado junto a su familia a manos de una milicia obrera.

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10 enero 07

Mucha sabiduría hay en aquello de que la política crea extraños compañeros de cama. En cualquier caso, pocas veces han existido compañeros de cama tan extraños como el Kaiser, representante de la más rancia aristocracia europea y… ¿Lenin?, ¿el revolucionario que convulsionaría a Europa creando el primer gobierno obrero?

Fue necesaria una guerra mundial y la mutua necesidad de destruir al zarismo para que ambos pudieran entenderse. Y parece que, mal que bien, lo hicieron. Aunque el kaiser se cuidó muy mucho de evitar toda posible contaminación que Lenin pudiera inocular sobre el pueblo alemán.

Vladimir Illich Uliano, más conocido como Lenin, era considerado tan peligroso como un ejército entero. Así lo definió el kaiser y los servicios de inteligencia zaristas debían estar de acuerdo, ya que habían intentado eliminarlo en varias ocasiones. Huyendo por su propia vida, encontramos en 1917 a Lenin exhiliado en Suiza.

Aquel 1917 fue un año sumamente activo en Europa. La I Guerra Mundial había alcanzado su terrible apogeo. Alemania empezaba dar muestras de agotamiento, y para compensarlos el gobierno del kaiser dio orden de lanzar la llamada «guerra submarina total» en un poderoso esfuerzo por asfixiar a Inglaterra. Como respuesta previsible, los EEUU le declararía la guerra a Alemania y sus aliados. Los alemanes necesitaban urgentemente una gran campaña victoriosa que doblegara a Francia antes de que llegara la ayuda norteamericana. Sin embargo, tras las batallas de Verdun y del río Somme del año anterior, Alemania había perdido más de un millón de soldados y no tenía fuerzas suficientes como para volver a lanzarse al ataque… A no ser que las retirara del este.

En el Este el poderoso gigante ruso había sido en gran medida aplastado, pero no dominado. Defendido por sus anchas estepas, el ejército del zar podía todavía plantear resistencia durante muchos años, absorviendo la atención de fuerzas que Alemania necesitaba con urgencia para el frente occidental. Alemania necesitaba la rendición de Rusia, pero no podría conseguirla en un plazo breve… militarmente.

El zarismo agonizaba. Nicolás II era un político torpe y profundamente impopular, especialmente tras la sangrienta represión de las huelgas de 1905. El 23 de febrero de 1917 se había iniciado una huelga antizarista que apartir del día 27 contaba con el apoyo del ejército. En poco tiempo, los burgueses de la Duma consiguieron hacerse con la situación y obligan al zar a abdicar el 15 de marzo. Rusia se convierte en una república, y anuncia que continuará la guerra contra Alemania. Siendo tal guerra el principal motivo de sublevación, la Revolución no había terminado.

Mientras, Lenin, encerrado en las montañas de Zurich, sabía que era el momento y se sentía impaciente por poder actuar. Cuatro días tras la abdicación del Zar escribe a un compañero «Estoy considerando cuidadosament, desde todos los puntos de vista, cuál sería la mejor manera de hacer este viaje. Por favor, procúrese a nombre suyo los papeles necesarios para cruzar Francia y entrar en Inglaterra. Yo los utilizaré para pasar vía Inglaterra y Holanda, camino de Rusia. Puedo llevar una peluca.» pero, en un momento en el que los submarinos alemanes del Mar del Norte están hundiendo cerca de 170.000 toneladas al mes, tal viaje era muy peligroso.

Lenin era vital para la revolución, sin él los bolcheviques carecerían de la capacidad de organización necesaria y probablemente serían derrotados por los burgueses o por los zaristas. Lenin lo sabía, y se desesperaba.

Alemania sabía que Lenin era muy capaz de acabar con la Duma, pero para afianzar su régimen necesitaría de cierta estabilidad. Necesitaría la paz. Un gobierno en manos de Lenin era mucho más proclive a rendirse ante Alemania que ningún otro. En tiempos de guerra, los prejuicios deben ser dejados de lado, y al final el régimen del Kaiser entró en contacto con Lenin para proponerle un salvoconducto hasta Rusia.

Lenin fue sorprendido por la oferta, pero su habil olfato político le hizo comprender en seguida la importancia de la oportunidad que se le presentaba. Contó con la inicial oposición de sus compañeros de Zurich, que temían ser vistos como colaboradores del kaiser (suponiendo que no fuera una trampa). Lenin les diría «Cuando la revolución está en peligro no podemos caer en tontos prejuicios burgueses .Si los capitalistas alemanes son tan cándidos como para llevarnos a Rusia allá ellos. Por mi parte, acepto el ofrecimiento. ¡Iré!». Y todos sus compañeros aceptaron acompañarle.

El 9 de abril 32 revolucionarios rusos tomarían un tren en Zurich. Se trata de un tren precintado del cual no podrán ni salir ni tan si quiera mirar por una ventana hasta que no abandonen suelo alemán. Los alemanes temen demasiado a aquel hombre «tan peligroso como todo un ejército» como para permitirse ningún desliz.

El tren entró en Alemania por Mannheim, de ahí se dirigió a Francfort, Berlín y por último Salssnitz. Allí un barco les trasladó hasta Malmoe (Suecia). Lenin acabaría traspasando la frontera rusa en Finlandia por medio de trineos y llegaría en tren hasta Petrogado (San Petesburgo).

La noticia de que Lenin estaba en San Petesburgo se extendió como un terremoto por toda la geografía rusa. No fue necesaria más que su mera presencia para recuperar su autoridad sobre los socialistas radicales. El movimiento bolchevique, indeciso, caótico y confuso se convirtió en poco tiempo en una engrasada maquinaria capaz de conquistar en siete meses el control del estado más grande de Europa.

Chuchill diría posteriormente que el Estado Mayor alemán había dejado caer a Lenin en Petrogrado «como si se tratara del bacilo de la peste».

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