EL EXPERIMENTO SOVIÉTICO: 2- La Revolución en la periferia

24 octubre 07

(viene de…)

Era 1917 y la Gran Guerra llevaba tres años destruyendo Europa.

Mientras los grandes empresarios hacían fortunas inimaginables hasta la fecha, los pueblos europeos sufrían un hambre que no se conocía desde épocas muy distintas. Se estima que un 40% de las mujeres de Viena sufrieron faltas anormales en su periodo a causa de la desnutrición. La mayoría de la ropa que llevaban los alemanes estaba hecha con derivados de la ortiga y la mayoría de sus zapatos de madera. Tanta fue la carestía que en España, país que tuvo la fortuna de no participar en la guerra, se conoció el año 17 como «el año del hambre».

Pero, probablemente, los países en los que más sufrimiento estaba soportando la población era aquellos que pertenecían al Imperio Ruso. Un imperio subdesarrollado que tenía el ejército más numeroso del mundo pero también el más ineficaz. El campo ruso, anclado en los métodos tradicionales, apenas había conseguido superar la etapa de subsistencia y cuando la mayoría de los campesinos fueron movilizados para el esfuerzo bélico, toda Rusia sufrió una brutal carencia de alimentos.

Por si fuera poco, a los demás contendientes les quedaba la ilusión de ver como sus esfuerzos se veían recompensandos de vez en cuando por alguna victoria, mientras que los rusos tan sólo habían conocido derrota tras derrota.

Millones de campesinos que jamás habían salido de sus aldeas eran introducidos en un tren que les llevaba a miles de kilómetros para unirse al ejército donde sin botas, y a veces sin fusil, eran arrojados frente a un ejército alemán bien preparado y equipado que les aniquilaba con facilidad.
Para los dirigentes rusos, la única experanza pasaba por una victoria en Occidente de las fuerzas franco-británicas. Para los rusos de a pie, la única experanza era sobrevivir un día más.

El Zar Nicolás II ya era sumamente impopular antes de la guerra, especialmente desde su participación en la represión de la Revolución de 1905. Las derrotas militares acabaron de perfilar un ambiente insostenible. Rusia era un polvorín, y el polvorín estaba apunto de estallar.
Era evidente que Rusia estaba al borde de la Revolución, el problema era ¿qué revolución?

Según el marxismo clásico se consideraba que la humanidad debía pasar por una serie de etapas o Modos de Producción progresivamente más justos. El imperio de los zares vivía inmerso en lo que sería definido como Modo de Producción Feudal y, por lo tanto, antes de alcanzar el Socialismo debería pasar una fase Capitalista. Pero ya desde los tiempos de Marx se especuló con la posibilidad de que ante su retraso, quizás Rusia podría saltarse al Capitalismo y realizar su transición directamente al Socialismo.

Esta teoría se basaba en la hipótesis de que el resto de Europa, más avanzado, realizara antes sus respectivas revoluciones socialistas.

Pero ante el retraso de los proletarios europeos, un grupo de socialistas rusos empezaron a desarrollar la teoría de la Revolución en la Periferia. Según esta, las revoluciones se producirían siempre en las regiones más atrasadas, forzadas a encontrar la forma de superar su retraso. Lejos de quedarse a la espera, Rusia debía liderar la Revolución mundial. Resulta curioso observar que los defensores de esta teoría hablaban también de la posibilidad de que la Revolución se produjera en China.

El partido Socialista se dividió en dos tendencias a causa, principalmente, de esta teoría. Los que la defenderían se llamarían Bolcheviques, y serían liderados por Lenin. Los que creían en un marxismo más ortodoxo serían Mencheviques y Kerensky sería su lider.

Ante la inminente desintegración del poder central, tres grupos sociales comenzaron la lucha abierta por el poder: Los aristocrátas que, aliados con la Iglesia Ortodoxa, intentan mantener el régimen feudal; La escasísima burguesía de caracter liberal y el no mucho más numeroso proletariado y sus sindicatos. Aisladamente, los aristocrátas seguían manteniendo un poder mucho más fuerte que los otros dos, pero faltaba una fuerza más. Una fuerza que no organizó la toma del poder, pero que tuvo una importantísima importancia desintegradora. El campesinado.

La Revolución Rusa tuvo la originalidad de ser la primera revolución realizada por campesinos (así debía ser en un país poblado en un 95% por campesinos). O al menos así ha sido siempre analizada. En mi opinión no fue tanto. La Revolución Rusa no fue más que una revuelta campesina como tantas habían vivido todos los países europeos en su etapa feudal. Una revuelta que es capaz de derribar al poder pero que, ante su imposibilidad para ocuparlo, acababa derivando en un régimen semejante al anterior. Pero esta vez, si bien los campesinos eran igualmente incapaces de ocupar el poder, existían otros dos grupos que sí que lo eran. Los burgueses liberales y los proletarios bolcheviques.

En un primer momento, la Burguesía se hace con el control del poder y parecen tener posibilidades de consolidarse. Cuentan con el apoyo de los mencheviques, que siguen pensando que Rusia no está preparada para una revolución proletaria y por lo tanto deben ayudar primero a producirse la revolución burguesa. Cuentan también con una cierta pasividad aristocrática que les tiene mucho más miedo a los bolcheviques que a ellos.

Pero la victoria no es absoluta, en las principales ciudades (especialmente en Petrogrado) se forman los soviets. Organización sindical radical que ya había surgido en 1905 y que funciona de una forma democrática entre todos los obreros. Los soviets, en un primer momento sumisos, empiezan a crear un estado paralelo que el gobierno central nunca podrá dominar. Especialmente desde que el regreso de Lenin a Rusia serviría para organizar al disperso partido bolchevique.

La burguesía se hizo con el control del gobierno gracias a la guerra, pero aquí empezaría su principal problema. Sabían muy bien que si intentaban firmar la paz con Alemania el Reino Unido y la República Francesa reaccionarían con violencia ante lo que intuirían como una traición. Teniendo en cuenta que Rusia estaba sumamente endeudada con sus aliados, esto era algo muy peligroso. Enfrentados entre dos opciones imposibles, los burgueses decidieron continuar la guerra pero, sabedores de las consecuencias que podría conllevar una decisión tan impopular, nombraron a un socialista, Kerensky, como ministro de la guerra.

Cada día de guerra volvía más debil al gobierno burgués y más poderoso al movimiento soviético. Especialmente desde que el enfrentamiento soterrado se convirtió en guerra abierta tras la exijencia de Lenin «¡Todo el poder para los soviets!»

Los países del Etente, preocupados sobretodo por el mantenimiento del frente ruso, corrieron a abandonar a su antiguo aliado el Zar y reconocer como gobierno legítimo al gobierno revolucionario burgués. Pero esta legitimidad internacional desmentía lo que estaba pasando entre las fronteresas rusas.

El gobierno tenía el control de Moscú. Pero San Petesburgo pertenecía a los bolcheviques, grandes zonas rurales seguían en manos de los zaristas y el resto del país estaba sumido en el caos. El propio ejército era campo de batalla entre los tres bandos.

Desesperado, el gobierno burgués realiza su último intento de acercamiento a los soviets nombrando a Kerensky primer ministro. Rusia, el país más atrasado de Europa, sería el primero con un primer ministro socialista.

El claro aumento de la influencia socialista en todo el país hará crecer las esperanzas de los más miserables. Por todo el campo ruso se expanderán los rumores de repartición de tierras, y los soldados campesinos aumentan todavía más sus deserciones ante el miedo de que se produzcan reparticiones en sus pueblos y ellos no estén presentes para reclamar su parte. El frente se hunde y con él se hunde el gobierno.

En un intento desesperado, Kerensky negocia una alianza con Kornilov, importante general zarista y facilita el avance de este contra San Petesburgo, capital de los soviets. Los agentes soviéticos, sin embargo, consiguen infiltrarse en el ejército reaccionario y acabará provocando una revuelta en su mismo seno. El ejército de Kornilov se pasa en masa al bando soviético y, por primera vez dotado de un brazo armado, este pasará rápidamente al contrataque. Kerensky se verá desligitimado al demostrarse su acercamiento a los zaristas y se verá obligado a huir a los EEUU.

En la llamada Revolución de Octubre (el 17 de noviembre según nuestro calendario) de 1917, el partido Bolchevique alcanzará el poder, pero todavía estará lejos de consolidarlo.

(continuará)

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15 octubre 07

Acababa de nacer el sXX y Europa se encaminaba al desastre. La tensión entre dos poderosos bloques (el Imperio Britántico, la República Francesa y el Imperio Ruso por un lado y el Imperio Alemán y el Imperio Austro-húngaro por el otro) era ya inaguantable y en cualquier momento cualquier pequeña excusa podría desembocar en la mayor guerra jamás conocida hasta entonces, la Gran Guerra.

Nada parecía capaz de detener el inminente conflicto… bueno, casi nada.

El Movimiento Obrero Internacional, personalizado en la II Internacional, afirmaba que ellos podrían parar la guerra. La guerra era, para el movimiento proletario, un problema de egos capitalistas, el choque entre distintos imperialismos en la que los trabajadores tendrían mucho que perder, pero nada que ganar. «Ningún obrero moriría para enriquecer a los grandes empresarios». «El enemigo no era un obrero del país de al lado, sino el explotador de cualquier país». «La guerra es un negocio entre personas que no se conocen pero se matan entre sí en beneficio de personas que sí se conocen pero no se matan». «A la declaración de guerra, los trabajadores responderían con la declaración de la Huelga General» o, lo que es lo mismo, con la Revolución. «Ni guerra entre pueblos, ni paz entre clases».

Hubo momentos en los que llegó a parecer que efectivamente tal utopía era posible. Una de las claves por las que la guerra tardó tanto en estallar es el tiempo que los distintos gobiernos necesitaron para asegurarse que los sindicatos no paralizarían su industria bélica y les arrastrarían a una rápida derrota. Contra ellos tenían un poderoso armamento… el Nacionalismo.

Si el sentimiento socialista era poderoso, también lo era efervescencia nacionalista y xenófoba. Todo tipo de argumentos eran válidos para aumentar el odio de cada potencia contra las potencias vecinas, desde las teorías raciales o históricas hasta las progresistas (los socialistas alemanes hablaban del feudalismo zarista, los socialistas franceses de las ausencias democráticas en el país germánico)

En extremis, el nacionalismo consiguió ganarle la partida al internacionalismo y cuando estalla la guerra los obreros se alistan en el ejército y los diputados socialistas votan los créditos de guerra (con excepciones, como el diputado del SPD al que sus propios compañeros de partido quisieron fusilar por traidor a la patria)

Pero la victoria del nacionalismo sería tan ajustada que el internacionalismo flotaría permanentemente como una amenaza y aparecería con fuerza en momentos críticos de la I Guerra Mundial. Ya en la primera navidad de la guerra comenzarían estos coletazos, pero especialmente importante sería lo sucedido a finales de la guerra y, especialmente, apartir de la Revolución Rusa.

(continúa)

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10 enero 07

Mucha sabiduría hay en aquello de que la política crea extraños compañeros de cama. En cualquier caso, pocas veces han existido compañeros de cama tan extraños como el Kaiser, representante de la más rancia aristocracia europea y… ¿Lenin?, ¿el revolucionario que convulsionaría a Europa creando el primer gobierno obrero?

Fue necesaria una guerra mundial y la mutua necesidad de destruir al zarismo para que ambos pudieran entenderse. Y parece que, mal que bien, lo hicieron. Aunque el kaiser se cuidó muy mucho de evitar toda posible contaminación que Lenin pudiera inocular sobre el pueblo alemán.

Vladimir Illich Uliano, más conocido como Lenin, era considerado tan peligroso como un ejército entero. Así lo definió el kaiser y los servicios de inteligencia zaristas debían estar de acuerdo, ya que habían intentado eliminarlo en varias ocasiones. Huyendo por su propia vida, encontramos en 1917 a Lenin exhiliado en Suiza.

Aquel 1917 fue un año sumamente activo en Europa. La I Guerra Mundial había alcanzado su terrible apogeo. Alemania empezaba dar muestras de agotamiento, y para compensarlos el gobierno del kaiser dio orden de lanzar la llamada «guerra submarina total» en un poderoso esfuerzo por asfixiar a Inglaterra. Como respuesta previsible, los EEUU le declararía la guerra a Alemania y sus aliados. Los alemanes necesitaban urgentemente una gran campaña victoriosa que doblegara a Francia antes de que llegara la ayuda norteamericana. Sin embargo, tras las batallas de Verdun y del río Somme del año anterior, Alemania había perdido más de un millón de soldados y no tenía fuerzas suficientes como para volver a lanzarse al ataque… A no ser que las retirara del este.

En el Este el poderoso gigante ruso había sido en gran medida aplastado, pero no dominado. Defendido por sus anchas estepas, el ejército del zar podía todavía plantear resistencia durante muchos años, absorviendo la atención de fuerzas que Alemania necesitaba con urgencia para el frente occidental. Alemania necesitaba la rendición de Rusia, pero no podría conseguirla en un plazo breve… militarmente.

El zarismo agonizaba. Nicolás II era un político torpe y profundamente impopular, especialmente tras la sangrienta represión de las huelgas de 1905. El 23 de febrero de 1917 se había iniciado una huelga antizarista que apartir del día 27 contaba con el apoyo del ejército. En poco tiempo, los burgueses de la Duma consiguieron hacerse con la situación y obligan al zar a abdicar el 15 de marzo. Rusia se convierte en una república, y anuncia que continuará la guerra contra Alemania. Siendo tal guerra el principal motivo de sublevación, la Revolución no había terminado.

Mientras, Lenin, encerrado en las montañas de Zurich, sabía que era el momento y se sentía impaciente por poder actuar. Cuatro días tras la abdicación del Zar escribe a un compañero «Estoy considerando cuidadosament, desde todos los puntos de vista, cuál sería la mejor manera de hacer este viaje. Por favor, procúrese a nombre suyo los papeles necesarios para cruzar Francia y entrar en Inglaterra. Yo los utilizaré para pasar vía Inglaterra y Holanda, camino de Rusia. Puedo llevar una peluca.» pero, en un momento en el que los submarinos alemanes del Mar del Norte están hundiendo cerca de 170.000 toneladas al mes, tal viaje era muy peligroso.

Lenin era vital para la revolución, sin él los bolcheviques carecerían de la capacidad de organización necesaria y probablemente serían derrotados por los burgueses o por los zaristas. Lenin lo sabía, y se desesperaba.

Alemania sabía que Lenin era muy capaz de acabar con la Duma, pero para afianzar su régimen necesitaría de cierta estabilidad. Necesitaría la paz. Un gobierno en manos de Lenin era mucho más proclive a rendirse ante Alemania que ningún otro. En tiempos de guerra, los prejuicios deben ser dejados de lado, y al final el régimen del Kaiser entró en contacto con Lenin para proponerle un salvoconducto hasta Rusia.

Lenin fue sorprendido por la oferta, pero su habil olfato político le hizo comprender en seguida la importancia de la oportunidad que se le presentaba. Contó con la inicial oposición de sus compañeros de Zurich, que temían ser vistos como colaboradores del kaiser (suponiendo que no fuera una trampa). Lenin les diría «Cuando la revolución está en peligro no podemos caer en tontos prejuicios burgueses .Si los capitalistas alemanes son tan cándidos como para llevarnos a Rusia allá ellos. Por mi parte, acepto el ofrecimiento. ¡Iré!». Y todos sus compañeros aceptaron acompañarle.

El 9 de abril 32 revolucionarios rusos tomarían un tren en Zurich. Se trata de un tren precintado del cual no podrán ni salir ni tan si quiera mirar por una ventana hasta que no abandonen suelo alemán. Los alemanes temen demasiado a aquel hombre «tan peligroso como todo un ejército» como para permitirse ningún desliz.

El tren entró en Alemania por Mannheim, de ahí se dirigió a Francfort, Berlín y por último Salssnitz. Allí un barco les trasladó hasta Malmoe (Suecia). Lenin acabaría traspasando la frontera rusa en Finlandia por medio de trineos y llegaría en tren hasta Petrogado (San Petesburgo).

La noticia de que Lenin estaba en San Petesburgo se extendió como un terremoto por toda la geografía rusa. No fue necesaria más que su mera presencia para recuperar su autoridad sobre los socialistas radicales. El movimiento bolchevique, indeciso, caótico y confuso se convirtió en poco tiempo en una engrasada maquinaria capaz de conquistar en siete meses el control del estado más grande de Europa.

Chuchill diría posteriormente que el Estado Mayor alemán había dejado caer a Lenin en Petrogrado «como si se tratara del bacilo de la peste».

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