Y Francia se rindió…

28 enero 07

22 de junio de 1940 la República Francesa, el símbolo de la libertad y la democracia, se rendía ante la Alemania Nazi.

En apenas unas semanas, el ejército francés, considerado el más poderoso del mundo, había sido derrotado, desmoralizado y humillado. Para comprender como es esto posible, debemos retrotraernos a la anterior guerra mundial, la Gran Guerra.

El 11 de noviembre de 1918, en el mismo vagón de tren y en el mismo lugar que 32 años después Francia se rendiría a Hitler, era muy distinta la situación. Mismos países, Alemania y Francia, pero opuestos resultados, eran por entonces los germanos los que se rendían ante la República Francesa. Entonces era Alemania la humillada.

Los franceses habían luchado con gran valor, habían sufrido una larga guerra en la que tuvieron que realizar increíbles sacrificios, pero habían ganado. Había sido un esfuerzo épico, heróico. Algo que recordaría la posteridad. Se habían hecho bien las cosas. Los generales que habían llevado a Francia a la victoria eran héroes.

En cambio, en Alemania, la cosa era muy distinta. Los alemanes habían sufrido lo mismo que los franceses en el frente, y más en la retaguardia, a causa de los bloqueos. Y encima, todo había sido en balde. Habían perdido la guerra. Todo se había hecho mal, desde el principio hasta el fin, la Gran Guerra al completo había sido un error. Los generales, y las tácticas utilizadas, habían resultado equivocados.

La postguerra fue muy dura para Alemania. El Tratado de Versalles pesó gravemente durante los años 20, pero se volvió insoportable apartir del Crack de Nueva York y la Gran Depresión subsiguiente. Los franceses sufrieron también la crisis, claro está, pero no de una forma tan dura.

Los franceses que tenían edad militar en 1940, eran los hijos de los que habían luchado en la Gran Guerra, y habían crecido oyendo los terribles relatos de las trincheras. La generación que votaba y trabajaba en 1940 era la misma que de jóvenes habían conocido el horror de la guerra. No querían una nueva, sabían muy bien lo que era y no querían enviar allí a sus hijos.

Los alemanes tenían ansia de venganza. Sabían que el estado de prostación que sufría Alemania se debía a su derrota y querían que una nueva guerra pusieran las cosas «en su sitio».

Los franceses fueron a la guerra de mala gana y obligados. Los alemanes lo deseaban. Los franceses querían emplear las mismas tácticas que habían funcionado en la Gran Guerra, los alemanes venían con un montón de nuevas ideas que superaran los errores de aquellos tiempos.

Sobre el papel, la fama del poderío del ejército francés no era desmedida. «Menos mal que existe el ejército francés» había dicho Churchill unos años antes.

El frente francés del norte, donde se produjo la catástrofe, contaba con 144 divisiones francesas e inglesas, contra 140 alemanas. Los franceses tenían 2.300 tanques, a los que habría que sumar los 289 británicos mientras que los alemanes contaban con 2.580. Los aviones de caza franceses eran cerca de 2.000, frente a aproximadamente un millar de alemanes. La armada francesa, muy superior a la germana, no llegó a tener ninguna importancia real en el conflicto.

Lo dicho sobre la cantidad, también es válido para la calidad tecnológica. El armamento francés era perfectamente comprable con el alemán. De hecho, los tanques franceses eran superiores en blindaje y calibre a los alemanes.

Otra cosa muy distinta era la forma como cada uno de los dos bandos utilizaban sus respectivos recursos.

Francia había levantado la llamada Línea Maginot como forma de asegurarse que no iba a volver a ser invadida por Alemania. Se trataba de una impresionante (y carísima) línea defensiva que parecía totalmente inexpugnable. Pero había dos puntos que no estaban cubiertos por la Línea Maginot. Uno de ellos era la frontera con Bélgica, el otro era el llamado paso de las Ardenas. Una zona boscosa y pantanosa que los franceses consideraban infranqueable para un ejército moderno.

La Línea Maginot se había llevado la mayor parte del presupuesto francés de defensa de los últimos años, y sin embargo no sirvió de nada. Francia le declaró la guerra a Alemania cuando esta invadió a Polonia. Lo lógico habría sido realizar una ofensiva inmediata que sirviera para aliviar la situación de los polacos, tanto desde los criterios de la táctica moderna como de la antigua. Pero los franceses se quedaron tras la Línea Maginot. Con la cantidad de dinero que se habían gastado en ella, no iban a avanzar y establecer un frente fuera de ella.

Alemania pudo invadir a Polonia a placer, mientras tropas de infantería, con material anticuado, defendían su frontera de unos franceses que, por no atacar, ni si quiera lanzaban ataques aéreos (temían represalias de la luftwaffe). Una vez vencido el ejército polaco, pudieron concentrar sus mejores fuerzas sobre Francia.

Apesar de que se pensara que era imposible, Las Ardenas fueron cruzadas por las fuerzas alemanas. El estrechísimo paso elegido, por el que los tanques tuvieron que pasar de uno en uno, no pudo ser defendido por las escasísimas tropas francesas destacadas en el lugar.

Apesar de que la Línea Maginot había sido cruzada, los franceses todavía podrían haber contenido el ataque, si hubieran reaccionado a tiempo, pero no lo hicieron.

Los alemanes habían agrupado sus tanques en divisiones blindadas. Avanzando en estrecha colaboración con la aviación, los franceses no tenían nada capaz de parar tal concentración de blindados. En cambio, los franceses tenían sus tanques adscritos a la infantería, diseminados por todo el territorio. La consecuencia fue que, apesar de que los aliados contaban con más tanques que los alemanes, en todos los enfrentamientos de importancia los germanos contaron con una aplastante superioridad numérica.

El ataque sobre Francia fue dirigido por Guderian, un general de 52 años, fírmemente convencido de la importancia de la colaboración entre fuerzas aéreas y blindadas. Los franceses tenían en su más alto mando a Gamelin, un héroe de la Gran Guerra de 68 años, un gran general en 1914 que tenía sus capacidades mentales muy seriamente mermadas a causa de la sífilis.

Gamelin organizó su ejército a ejemplo de la I Guerra Mundial. Creó una infinidad de complicaciones burocráticas que a la práctica sólo sirvió para inmovilizar sus fuerzas. El ejército francés no utilizaba la radio, Gamelin apostaba por un sistema de mensajeros que se desplazaban en moto. Los blindados franceses casi, casi, estaban aparacados inactivos, Gamelin no creía en ellos. Las fuerzas terrestres y la aviación no tenían ni la más evidente coordinación, todas las decisiones debían pasar por Gamelin en París, lo que implicaba uno o dos días después. Aproximadamente dos tercios de los aparatos de aviación francesa nunca llegaron a despegar.

Pero lo peor sucedió cuando la tensión acució sus crisis mentales, que habían pasado desapercibidas. Gamelin alarmó a sus generales cuando estos comprobaron que el general en jefe sufría pérdidas de memoria y en ocasiones confundía el conflicto que estaban viviendo con la Gran Guerra.

Cuando los alemanes lanzaron su gran operación, la crisis dejó en evidencia la inectitud de Gamelin. El mando central diseñaba líneas defensivas que ya habían sido cruzadas mucho antes de que se emitieran las primeras órdenes para formarlas.

El gobierno francés, aterrado, sólo tuvo claro que había que destituir a Gamelin. Sin saber que hacer, llamaron a otro héroe de la I Guerra Mundial, Petain, de 84 años que ocupó el cargo de vicepresidente. Su primera decisión fue sustituir a Gamelin por Weygand, de 73 años. Grandes generales en el conflicto anterior, pero seguramente no las personas adecuadas para proporcionar el imprescindible revulsivo que necesitaban las fuerzas francesas.

Petain y Weygand nunca creyeron que existiera ninguna posibilidad de victoria. Su ideología de extrema derecha les hacía pensar que la rendición ante Alemania, en realidad, no era tan mala. Cuando el alto mando está convencido de que no existe ninguna posibilidad de victoria, difícilmente podría aumentar la moral de los combatientes.

A diferencia de Gamelin, y apesar de su edad, tanto Petain y Weygand eran muy inteligentes. Y fueron muy eficaces como agentes derrotistas. Cuando Churchill intentó pelotearle recordándole una de sus principales victorias en la I Guerra Mundial, Petain le respondió recordándole a su vez que por entonces contaba con una reserva de cincuenta divisiones, cifra equivalente a las fuerzas expedicionarias que Gran Bretaña había enviado en apoyo a Francia, mientras que en la actualidad Francia carecía de reservas y tan sólo había dos divisiones británicas en combate.

A favor de ellos hay que reconocerles que consiguieron asegurarse de que la flota francesa no pasara a ser controlada por los alemanes. Si no hubiera sido así, seguramente Gran Bretaña hubiera tenido aún mucho más dificil su supervivencia los meses subsiguientes.

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