La Septuaginta, la milagrosa Biblia de los 72 traductores

19 enero 07

orría el sIII antes de Cristo y todo el oriente mediterráneo estaba dominado por élites de origen griego. Es el llamado «periodo helenístico«.

Lo griego estaba de moda. Sus filosofías, su arte… su lengua. Era lo chic. Tanto, tanto, que las clases más cultas de muchas ciudades dejaron de lado sus lenguas nativas, dejándolas al pueblo iletrado, y el griego se convirtió en la lengua cosmopolita, la lengua del comercio, de la cultura, del poder. Es un proceso que se repitió en las principales ciudades del mundo antiguo: Tebas, Alejandría, Tiro, Pérgamo… incluso Jerusalem.

Tanto fue así que muchos hebreos olvidaron la oscura lengua de sus antepasados. Y ante tal situación, fue necesaria una traducción de los libros sagrados al griego. Había surgido la Septuaginta, la primera tradución de la Biblia hasta donde yo conozco.

Pasaron los siglos, y los reinos helenísticos fueron sustituidos por el Imperio Romano, pero eso no impidió que el griego siguiera siendo la lengua del Oriente. En el Imperio Romano existían dos grandes zonas lingüísticas, el Occidente dominado por el latín y el oriente en el que el griego seguía siendo la lengua principal. De hecho, lo seguiría siendo hasta su sustitución por el árabe.

Ni que decir tiene, que todo romano culto debía hablar griego. No sólo las principales obras científicas y filosóficas estaban escritas en tal lengua, sino que era imprescindible para comunicarse con la mitad más culta del Imperio.

De pronto llegó el Cristianismo, una nueva religión originaria de Palestina que se extendió por todo el Mediterráneo. Una religión que hundía parte de sus raíces en unos oscuros textos milenarios escritos en hebreo. Un extraño idioma que, fuera de Palestina, nadie hablaba ni leía. Pero, existía también una antigua traducción al griego, la Septuaginta. Problema solucionado.

Podían además estar los cristianos tranquilos. El nombre de Septuaginta procede de la forma como fue traducido el texto. Ante el problema de hacer una traducción correcta, se contactó con setenta y dos traductores (de ahí el nombre) que trabajaron por separado, para luego juntar los textos y discutir sobre sus diferencias.

¡Que gran sorpresa cuando descubrieron que habían escrito exactamente el mismo texto! palabra, por palabra. Semejante casualidad únicamente podía significar una cosa. Dios les había inspirado la traducción, por lo tanto, esta era necesariamente correcta.

Todo hubiera acabado aquí, con milagroso final feliz, si no fuera por un pequeño inconveniente… Y es que resulta que la Septuaginta era una traducción muy mala. Propia de unos imperfectos conocedores del griego y de unas muy poco desarrolladas técnicas de traducción. Los Padres de la Iglesia la criticaron duramente, pero claro, los únicos buenos conocedores del hebreo y sus entresijos eran los judíos… Y no estaba el horno para bollos.

San Jerónimo decidió dejárse de pamplinas y contactó con varios rabinos para realizar una nueva traducción. El nuevo texto fue muy duramente criticado. Era ya el sIV y la mayoría de los cristianos temían que los judíos modificaran el texto original para que no pareciera que se había anunciado su mesias.

Sin embargo, la traducción de San Jerónimo (conocida como la Vulgata) contó con el decisivo apoyo de San Agustín (rival en lo demás de San Jerónimo). Parece ser que su apoyo fue justo y merecido, ya que se trata de un trabajo de una altísima rigurosidad. Con algunas modificaciones menores, sigue siendo la traducción oficial de la Iglesia Católica.

Bueno, y todo esto ¿tiene alguna importancia? preguntará el paciente lector. Yo creo que sí que tiene una muy curiosa y es que… ¿Y en que quedó lo del milagro? ¿pero no habíamos quedado en que el texto de la Septuaginta había sido inspirado directamente por Dios?

Hasta el más ferviente creyente deberá aceptar que, por lo que parece, no debió ser así. Y que, indudablemente, el supuesto milagro de los setenta y dos traductores no ha sido más que… una leyenda.

¿Donde quedan entonces todos los demás milagros? Tanto y tanto santo que ha hecho tanta cosa… ¿lo ha hecho de verdad? ¿o al igual que en la Septuaginta no se trata más que de una leyenda?

Los documentos históricos están repletos de mentiras. Muchas veces los que lo escriben mienten de forma interesada, otras veces lo hacen de buena fé, creyendo que lo que escriben es cierto. En cualquier caso, una lectura sin crítica nos lleva a hacer una historia incorrecta, falsa, fraudulenta. Aunque lo hagamos de buena fé.

Por favor, no creamos que un documento histórico afirmando que Fulanito hizo tal cosa basta para demostrarlo. Podríamos estar aceptando como histórica una leyenda. Como la de los setenta y dos traductores.

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