La Piedra Rosetta

30 enero 07

Aquel verano de 1799, en la población de Port Julien, junto a la antigua fortaleza de Rosetta, un grupo de soldados franceses se encontraban fortificando sus posiciones. Formaban parte de una expedición al mando de Napoleón, desastrosa en lo militar pero muy fructífera en lo científico.

Uno de los picos franceses, ocupado en excavar una trinchera, tropezó con algo duro. Seguramente el francés que se encontraba al otro lado del pico sintió fustración al creer haber encontrado una roca. Pero la decepción debió convertirse en satisfacción al examinarla y descubrir que tenía inscripciones en ella. El soldado había encontrado el pretexto que, sabía, le libraría del abrasador sol del agosto egipcio durante unas horas.

Acudió al oficial Dhautpoul para informarle de que había encontrado una piedra con extraños textos, y este mandó que se retirara el hallazgo con cuidado. El mismo oficial Dhautpoul advirtió que la piedra estaba escrita en tres idiomas, egipcio jeroglífico, un idioma que no supo identificar (se trataba de demótico) y griego. Se había encontrado la llamada Piedra Rosetta, probablemente el hallazgo arqueológico que más trascendencia haya tenido en la historia de las investigaciones sobre el Antiguo Egipto.

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La expedición francesa a Egipto era la primera gran operación en el extranjero de la Francia del Directorio, y estaban dispuestos a marcar un antes y un después. Los militares iban acompañados de gran cantidad de expertos científicos, con lo que se pretendía mostrar al mundo lo ilustrado de la joven República Francesa. Los expertos volverían deslumbrados por lo encontrado en tan lejanas tierras, e iniciarían en Europa la pasión por el Antiguo Egipto que, posiblemente, se puede decir que ha perdurado hasta la actualidad.

El texto en griego fue traducido al francés muy rápidamente, todavía en el mismo Egipto. A ningún experto se le escapaba la importancia del descubrimiento, podría ser la clave que permitiera descifrar los jeroglíficos egipcios. Inmediatamente los franceses realizaron varias copias de la inscripción. Copias que les serían muy útiles, porque tras su derrota frente a los ingleses, tuvieron que entregarles todas las obras artísticas que habían recogida (incluida la Piedra Rosetta), por lo que fueron esas copias las únicas que pudieron llegar a Francia.

El misterio de la Piedra Rosetta apasionaría a toda Europa durante años. El texto en demótico fue traducido relativamente rápido, basándose en el copto. De esta forma se demostraron dos importantes teorías, que el copto era un idioma procedente del idioma que hablaba los antiguos egipcios y que los tres idiomas que aparecían en la piedra Rosetta decían lo mismo.

El inglés Thomas Young, analizando la Piedra Rosetta y comparándola con otras inscripciones de las que se sabía el faraón que mencionaban, descubrió la forma como se escribían los nombres de los faraones en los textos jeroglíficos (en los llamados cartuchos). Gracias a ello, estudiando otros textos, consiguió identificar 204 palabras. Era la primera vez que se conocía alguna palabra jeroglífica.

Pero la traducción total la lograría un joven de tan sólo 18 años llamado Jean-François Champollion, del cual dice la leyenda que con 12 años ya había anunciado «¡Leeré, leeré los jeroglíficos cuando sea mayor!».

A Champollion se le ocurrió una idea absolutamente revolucionaria. La de considerar que los jeroglíficos tenían un componente fonético (como nuestros alfabetos) y no sólo idiográfico (un símbolo = una palabra) como se daba por supuesto.

Recogió los jeroglíficos que Young había identificado como el nombre de Ptolomeo y observó que cada uno se correspondía con el dibujo de algo que, en copto, empezaba con una sílaba que unidas formaban la palabra Ptlomys. Repitió el experimento con más faraones de los identificados por Young, como Cleopatra, de la que leyó Cliopatra.

Emocionado con este descubrimiento, realizó la misma operación sobre todo el texto, pero descubrió que no siempre era válido. En realidad, el egipcio jeroglífico tampoco era una escritura puramente fonética, como la nuestra, sino un intermedio entre escritura alfabética e idiomática que, mediante distintos signos, indica al lector si debe ser leído de una forma o de otra. Una vez comprendido esto, la traducción salío por sí misma en muy poco tiempo. En 1822, el jovencísimo Champollion escribe una carta al secretario de la Académie des Inscriptions et Belles Lettres y en 1824 publicará su libro Précis du système hiéroglyphique des Anciens Égyptiens, 1.419 palabras jeroglíficas habían sido descifradas. Y gracias a ellas, y al método de Champollion otras muchas fueron descifradas en muy poco tiempo.

De pronto, los miles de textos jeroglíficos conocidos podían ser leídos, y un aluvión de información sobre el Antiguo Egipcio quedó al alcance de los investigadores europeos.

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